30 Sep El peligro de la calle en la pandemia

Rosa llora desconsoladamente en el portal de un hotel cerrado a causa de la crisis del Covid en pleno Raval, donde se ha instalado hace días. Han pasado doce horas desde el suceso de la noche anterior. «Sentí por detrás el aliento de ese hombre diciéndome al oido ‘quiero tu chocho’ y no me lo pensé. Tomé impulso y le di un cabezazo que lo lanzó para atrás, pero se volvió a tirar encima mío…. ¡Policía! ¡Por favor! ¡Que me violan! ¡Policía! Un vecino se asomó en el balcón y gritó «¡ya vienen los Mossos!»… el tipo salió corriendo». Su amigo Pedro que duerme cerca la consuela como puede. Sabe que además de la violencia habitual por dormir en la calle, se añade el hecho de ser mujer. Le pregunta por la intervención policial. «Ahora tengo que ir a denunciar a Mossos pero no puedo dejar mis cosas solas aquí, porque si viene la Guardia Urbana me las tira». En plena noche reconoció al sujeto porque duerme también al raso por la zona. Le gustaría denunciarlo pero es vital salvaguardar sus pertenencias.

Pedro se cobija cada noche en un portal de la Rambla Santa Mónica junto a otro colega. Duermen a turnos, para asegurar su integridad física y lo que tienen. «Una noche a las 2 de la mañana ya no me pude mantener en vela. Cuando me desperté, nos habían robado las maletas con toda nuestra vida dentro». No es el único incidente que ha sufrido. El teléfono móvil ya se lo han robado cuatro veces.

Para evitar las agresiones nocturnas algunos prefieren agruparse. «Esta noche a la una de la mañana vinieron tres jóvenes con capucha e intentaron robar nuestras mochilas. Enseguida nos dimos cuenta. Como somos ocho, nos enfrentamos a ellos y conseguimos que se fueran con las manos vacías». Nuria confiesa estar cansada de dormir en grupo, porque cada persona tiene una historia que condiciona comportamientos imprevisibles.

Si algo ha tenido atemorizadas a las personas que se han confinado en la calle durante el estado de alarma ha sido su integridad física. El asesino del Eixample, un brasileño sin hogar confinado en una rulot en Les Planes en Sant Cugat, arrebató la vida con una violencia atroz a tres personas que dormían en la intemperie, entre el 16 y el 27 de abril.  Las víctimas, un joven marroquí de 22 años, un español de Teruel de 76 y un francés de 32, estaban muy presentes en la memoria de las personas confinadas en la calle. De hecho, hubo una primera víctima el 19 de marzo, también en el Eixample, cuyo asesino aún está por identificar.

Robert y Vasili, los dos de origen rumano, eran vecinos de calle de Jean Pierre, la última víctima del Eixample, asesinada el 27 de abril a las 11:30 de la noche mientras dormía en la acera, delante de la panadería en la que pedía limosna durante el día. «Yo dormía a cien metros de Jean Pierre. ¡El asesino podría haberme matado a mí!». Robert estaba consternado. Compartió una cerveza con la víctima media hora antes. No daba crédito a la saña que pudo llevar al asesino a agredir con un martillo en la cabeza a su colega. Este asesinato dejó intranquilo a Vasili durante varias noches hasta que decidió entrar en un solar abandonado hacía tiempo, para confinarse allí con otros compatriotas.

La policía pudo identificar al agresor del Eixample a través de cámaras de seguridad, algún testimonio de personas que lo vieron en la calle, e incluso porque llegaron a sancionarlo por saltarse el confinamiento poco tiempo después de asesinar al joven francés. Pero su detención e ingreso en el módulo psiquiátrico de la cárcel Brians II no tranquilizó a las personas sin techo porque periódicamente son agredidas.

Según un informe de Hatento, el Observatorio de Delitos del Odio contra Personas Sin Hogar, realizado en 2015 sobre una población de 261 personas, el 47% manifestaron haber sufrido como mínimo un incidente, robo o agresión, aunque en muchos casos las agresiones son reiteradas. En los casos más extremos se comete el asesinato. Este Observatorio centrado en la defensa de los derechos humanos de las personas sin hogar nace gracias a la ONG Hogar Sí y al apoyo de otras organizaciones, entre ellas ASSÍS Centre d’Acollida, que ofrece su atención en el barrio de Sarrià. Si algo reivindican todas ellas es la necesaria reforma del Código Civil para incluir en el artículo 22.4 la aporafobia, la aversión a la pobreza, como circunstancia agravante de la responsabilidad penal.

«Vivir en la calle es una amenaza real para las personas sin hogar», alertan. Es la realidad de una violencia cotidiana, a veces incluso perpetrada por los propios habitantes de la calle, según relatan sus víctimas. Esta violencia puede ir dirigida indistintamente contra los veteranos, así como contra aquellos que por primera vez se encuentran al raso, estos meses en que la crisis del Covid estrangula a tanta gente por la falta de ingresos.

 

Ofrenda de algunos sintecho días después por el asesinato de un joven francés la noche del 27 de abril en el lugar del crimen, donde se había confinado la víctima tras el estado de alarma, delante de una panadería en la calle Rosselló esquina Sardenya.  Foto: Eva Parey // Offerings by some homeless people at the scene of the crime to pay tribute to a young French who was murdered violently on the night of 27 April. In this place the victim had been confined after the state of alarm decree, infront of a bakery on Rosselló street at the corner with Sardenya street, where he begged for alms during the day.

 

 

Desolación, rabia e impotencia tras el intento de agresión sexual la noche anterior. «Las mujeres estamos diez veces más expuestas que los hombres en la calle, porque sufrimos agresiones sexuales». Barcelona, 10 de septiembre. Foto: Eva Parey //  Desolation, anger and helplessness after the attempted sexual assault the night before. “Women are ten times more exposed than men on the street, because we suffer sexual assaults.”

 

 

Nitin se lamenta por el robo de su mochila en el centro de Barcelona. Barcelona, 5 de mayo.Foto: Eva Parey // Nitin laments the theft of her backpack in the centre of Barcelona.

 

 

Una joven se ha percatado de la sustracción de su teléfono mientras dormía delante de la sala de venopunción del Raval. Barcelona, 6 de mayo. Foto: Eva Parey // A young woman noticed her phone being stolen while she was sleeping in front of Raval’s safe injection space.

 

 

Asustado, Gheorghiu decidió ampararse en un solar abandonado cercano al lugar del crimen de la última víctima del asesino del Eixample. Barcelona, 4 de mayo. Foto: Eva Parey // Frightened, Gheorghiu took refuge in an abandoned lot near the place where the Eixample murderer’s last victim was killed.

 

 

Después de sufrir un intento de robo mientras dormía, con forcejeo para defenderse, Marc decidió ingresar en la Fira para protegerse. Barcelona, 16 de agosto. Foto: Eva Parey // After suffering an attempted robbery while he slept, struggling to defend himself, Marc decided to enter the Fira to protect himself.

 

Artículo publicado en el Diario PÚBLICO el 20 de septiembre de 2020:

https://www.publico.es/sociedad/techo-peligro-vivir-calle-pandemia.html

 

 

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Danger on the street during the pandemic

 

Rosa cries inconsolably in the entrance to a hotel closed because of the COVID-19 crisis in the heart of the Raval neighbourhood, where she has been staying for days. Twelve hours have passed since last night’s event. “From behind me, I felt the breath of that man whispering in my ear, ‘I want your pussy,’ and I didn’t think twice. I gathered my strength and gave him a head butt that threw him back, but he threw himself onto me again… Police! Please! I’m being raped! Police! A neighbour leaned out onto his balcony and shouted, ‘The Mossos [Catalan regional police agent] are coming!’… The guy ran away.” Her friend Pedro, who sleeps nearby, comforts her as best he can. She knows that in addition to the usual violence that stems from sleeping on the street, she has it worse just for being a woman. He asks about the police intervention. “Now I have to go and file a report with the Mossos, but I can’t leave my things here, because if the Guàrdia Urbana [local police force] comes, they will throw them away.” In the middle of the night, she recognised the subject because he also sleeps outdoors nearby. She would like to report it but it’s vital for her to safeguard her belongings.

Pedro takes shelter every night in a doorway on Rambla Santa Mònica with a fellow homeless person. They sleep in shifts, to ensure their physical integrity and their possessions. “One night it was 2am and I couldn’t stay awake anymore. When I woke up, our suitcases had been stolen with our whole lives inside.” It’s not the only incident he has suffered. His mobile phone has already been stolen four times.

To avoid nocturnal aggressions, some prefer to group together. “Last night at 1am three hooded young men came and tried to steal our backpacks. We realised what was happening right away. Since there are eight of us, we confronted them and got them to leave empty-handed.” Nuria confesses that she is tired of sleeping in a group, because each person has a history that can potentially lead to unpredictable behaviour.

If something has scared the people who are confining themselves on the street during the state of alarm, it’s their physical integrity. The Eixample murderer, a homeless Brazilian confined in a caravan in Les Planes, Sant Cugat, took the lives of three people who were sleeping on the street with atrocious violence, between 16 and 27 April. The victims, a 22-year-old Moroccan man, a 76-year-old Spaniard from Teruel and a 32-year-old Frenchman, were very present in the memory of the homeless group. In fact, there was a first victim on 19 March, also in Eixample, whose murderer has yet to be identified.

Robert and Vasili, both of Romanian origin, were street neighbours of Jean Pierre’s, the last victim of the Eixample, murdered on 27 April at 11.30pm while he was sleeping on the pavement, in front of the bakery where he begged during the day. “I was sleeping 300 feet away from Jean Pierre. It could have been me!” Robert was appalled. He had shared a beer with the victim just half an hour earlier. He couldn’t believe the fury that could have led the murderer to attack his colleague on the head with a hammer. This murder left Vasili uneasy for several nights until he decided to enter a long-abandoned site, confining himself there with other compatriots.

The police were able to identify the Eixample aggressor through security cameras, witness statements from people who saw him on the street, and because he had been fined for skipping confinement shortly after murdering the young Frenchman. But his arrest and admission to the psychiatric module of Brians II prison did nothing to reassure homeless people, as attacks on them are periodical.

According to a report by Hatento, the Observatory of Hate Crimes against the Homeless, carried out in 2015 on a population of 261 people, 47% said they had suffered at least one incident, robbery or assault, although in many cases the attacks are repeated. Murder is committed, in the most extreme cases. The Observatory, with a focus on the defence of the human rights of homeless people, was created thanks to the NGO Hogar Sí and the support of various other organisations, including ASSÍS Centre d’Acollida, which cares for local residents in the Sarrià neighbourhood. If there’s one thing all these entities demand, it’s a reform of the Civil Code to include aporophobia, aversion to poverty, as an aggravating circumstance of criminal responsibility in article 22.4.

“Living on the street is a real threat to the homeless,” they warn. It’s the tragic reality of violence committed on a daily basis, sometimes even perpetrated by homeless people themselves, according to their victims. This violence can be directed indistinctly against veterans, as well as those who are out in the open for the first time, particularly in these months when the COVID-19 crisis affects so many people due to a sudden and prolonged lack of income.

 

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This documentary project is possible thanks to the COVID-19 fund of the European Journalism Centre.

 

 



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