13 Oct La humanidad combate el Covid
Dion está ilusionado porque le han hecho un libro, un manuscrito escrito por una trabajadora de la Cruz Roja que le atiende. Se le enciende la mirada cuando recuerda que casi pierde la vida en una caída durante el confinamiento en el albergue de Terrassa y que a su regreso del hospital de un viaje que pudo no tener retorno; Ana le había obsequiado con un relato emotivo que guarda como un tesoro.
Mohamed, un joven marroquí que perdió el trabajo de promotor en un bar de las Ramblas al decretarse el estado de alarma, sobrevive como puede. Tuvo que abandonar la pensión por falta de ingresos. Su fe en Alá le ayuda a soportar las penas de la vida en la calle como son el frío en el cajero en el que duerme, las quejas de algunos vecinos de Sarriá por dormir allí o incluso las explicaciones constantes a la policía por haberse confinado frente a un supermercado donde pide limosna. Se emociona cuando explica que Dios le protege de la soledad en la calle, pero también ante la bondad de algunas personas que le han ayudado, vecinos del barrio u otras personas que se han cruzado en su camino.
Samir Pawel no podía soportar la idea de estar encerrado sabiendo que tantas personas estaban en la calle pasando estrecheces. Salía cada tarde con su maletín negro repleto de platos de comida que él mismo cocinaba, medicamentos, algún teléfono móvil que alguien le había dado e incluso dinero. Cada día intentaba recorrer alguna zona distinta para llegar a diferentes personas. Un día conoció a Mohamed, que también combatía la soledad enviando mensajes desde su teléfono obsoleto. Pawel le obsequió con uno más moderno y se le abrió el mundo.
Marisa Müller veía atónita las noticias los días siguientes al decreto del estado de alarma. Acostumbrada a atender emergencias en África, Asia y Próximo Oriente a través de Médicos Sin Fronteras y Cruz Roja Internacional no quería quedarse impasible ante la situación de las personas más vulnerables. Contactó con Barcelona Actua para ofrecer su propio piso a cuatro personas que pasaron de la noche a la mañana de vivir en la calle a vivir en un precioso piso en el barrio de Gracia, mientras que ella se trasladó a la vivienda de su madre.
En una Barcelona fantasmal, con apenas personas transitando en soledad o acompañadas de su mascota, las personas sin techo se hacían evidentes. André Guimaraes recorría la ciudad en su coche los jueves por la tarde con el maletero cargado de grandes ollas. Había conseguido implicar a restaurantes de Santa Eulalia y a colaboradores de su gimnasio de defensa personal en Hospitalet de Llobregat. Paraba rápidamente cuando avistaba a alguien confinado en la calle y le servía allí mismo la comida en un platito o cuantos fueran necesarios.
Desi Rodriguez, ya jubilada y miembro del grupo Encuentro de la parroquia San Oleguer, preparaba cada tarde la cena para las personas confinadas frente a la Biblioteca Fort Pienc. El grupo había aumentado tras el decreto de alarma. Un joven latino había perdido el trabajo que realizaba en negro en una obra. Otro joven rumano que recién había roto con su novia había decidido regresar a su país y se había quedado con el billete sin usar en el bolsillo a la espera que abrieran fronteras. Un grupo de subsaharianos se habían trasladado porque en el lugar se sentían más seguros. El más veterano del grupo,que había perdido también su trabajo en la construcción, acudía cada tarde al portal de Desi y, manteniendo las distancias, recogía una bolsa con la comida que distribuía entre sus compañeros, que la esperaban con anhelo porque se notaba que estaba recién preparada. Cada día Desi les sorprendía con un menú distinto.
Si algo sucedió durante el confinamiento es que la generosidad de personas y entidades sensibles a la realidad de la calle aligeró la existencia de los más vulnerables, un atisbo de esperanza frente a la tenaz adversidad por no tener un techo.
Samir Pawel entrega un plato de comida a una persona confinada en la calle durante el estado de alarma. Barcelona, 9 de mayo. Foto: Eva Parey // Samir Pawl provides a meal to a confined person on the street during the lockdown.
Una chica lleva comida a una pareja de rumanos mayores que sobrevivían de la limosna. Centro de Barcelona, 27 de marzo. Foto: Eva Parey // A girl brings food to an older Romanian couple who survived on handouts.
Un joven del barrio de Sarriá compra unos productos necesarios a un joven de origen marroquí que se ha tenido que confinar en la calle por la pérdida de trabajo a causa del estado de alarma. Sarriá, 27 de abril. Foto: Eva Parey // A young man from the Sarriá neighborhood buys some necessary products for a young man of Moroccan origin who has had to confine himself to the street due to the loss of his job during the lockdown.
André Guimaraes ha parado el coche al ver al grupo de personas confinadas delante del Liceu para ofrecer comida que lleva en el maletero de su coche dentro de unas grandes ollas. La Rambla, 6 de mayo. Foto: Eva Parey // André Guimaraes has stopped the car when he has spotted the group of people confined in the Liceu to offer meals that he carries in the trunk of his car in large pots.
El grupo de Fort Pienc apura la cena entrega por Desi Rodriguez del grupo Encuentro de la parroquia de Sant Oleguer. Barcelona, 5 de mayor. Foto: Eva Parey // The people from Fort Pienc finish they dinner prepared by Desi Rodriguez, a member of the Encuentro group of San Oleguer parish.
Marisa Müller visita al grupo de personas que viven en su casa cedida a través de la entidad Barcelona Actua para evitar que estén confinadas en la calle durante el estado de alarma. Gràcia, 11 de mayo. Foto: Eva Parey // Marisa Müller visits the group of people who live in her house given through the Barcelona Actua entity to prevent them from being confined to the street during the state of alarm.
Mireia y Mamadou, que estaban confinados en la calle en una tienda de campaña, se han trasladado al piso cedido por Marisa Müller a Barcelona Actua hasta que el decreto de alarma finalice. Gràcia, 11 de mayo. Foto: Eva Parey // Mireia and Mamadou, who were confined to the street in a tent, have moved to the apartment given by Marisa Müller to Barcelona Actua until de lockdown ends.
Luis y David, dos venezolanos demandantes de asilo, se han trasladado al piso cedido por Marisa Müller a Barcelona Actua hasta que el decreto de alarma finalice. Gràcia, 11 de mayo. Foto: Eva Parey // Luis and David, two Venezuelan asylum seekers, have moved to the apartment given by Marisa Müller to Barcelona Actua until de lockdown ends.
Dos voluntarios de El chiringuito de Dios en el Raval preparan bocadillos para 120 personas confinadas en la calle. Raval, 24 de marzo. Foto: Eva Parey // Two volunteers from El chiringuito de Dios in Raval prepare sandwiches for 120 people confined to the street.
Voluntarios de la Comunidad San Egidio reparten menús a usuarios habituales del centro que no se pueden mover de casa. Barri Gòtic, 11 de abril. Foto: Eva Parey // Volunteers from the San Egidio Community provide food to regular users of the center who cannot move from home.
Personal de Médicos del Mundo Cataluña cargan alimentos de primera necesidad que repartirán a mujeres en situación de vulnerabilidad a causa de la pérdida de trabajo por el decreto de alarma. Sede de Médicos del Mundo en Barcelona, 7 de abril. Foto: Eva Parey. Cobertura con Mariona Giner // Staff from Médicos del Mundo en Barcelona carry essential food that are going to distribute to women in vulnerable situation due to job loss during the lockdown.
Personal de Médicos del Mundo Cataluña reparten alimentos de primera necesidad a mujeres en situación de vulnerabilidad a causa de la pérdida de trabajo por el decreto de alarma. Barcelona, 8 de abril. Foto: Eva Parey // Staff from Médicos del Mundo en Barcelona distribute essential food to women in vulnerable situation due to job loss during the lockdown.
Agradecimiento por parte de una usuaria de Médicos del Mundo Cataluña tras haber recibido un paquete de alimentos de primera necesidad. Barcelona, 8 de abril. Foto: Eva Parey. Cobertura con Mariona Giner // Thanks from a user of Médicos del Mundo Cataluña after receive a package of essential food.
Trabajadoras de Cruz Roja sirven la comida a las personas alojadas en el albergue de Terrassa habilitado por la pandemia dentro de una escuela. Albergue de Terrassa, 12 de mayo. Foto: Eva Parey // Red Cross workers serve meals to people staying in the Terrassa shelter enabled by the pandemic inside a school.
Cuaderno manuscrito de una trabajadora de Cruz Roja para Dion, un residente que estuvo recuperándose de una grave enfermedad durante la pandemia en el albergue de Terrassa habilitado en una escuela. Albergue de Terrassa, 12 de mayo. Foto: Eva Parey // Handwritten notebook of a Red Cross worker for Dion, a resident who was recovering from a serious illness during the pandemic in the Terrassa shelter set up in a school.
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Humanity fights COVID-19
Dion is excited because someone has written a story about him, a manuscript written by a Red Cross worker who is looking after him. His gaze lights up when he remembers that he almost lost his life in a fall during quarantine in the Terrassa shelter and that on his return from the hospital from a trip that he might not have survived, Ana had gifted him an emotional short story – something he now keeps as a small treasure.
Mohamed, a Moroccan youth who lost his job as a promoter for a bar on the Ramblas when the state of alarm was decreed, survives as best he can. He had to leave the hostel due to lack of income. His faith in Allah helps him bear the pains of life on the street such as the cold in the ATM cubicle where he sleeps, the complaints of some Sarrià residents for sleeping there or even the constant explanations to the police for having self-isolated in front of a supermarket where he begs. He gets emotional when he explains that God protects him from loneliness on the street, but he also expresses gratitude for the kindness of those who have helped him, local residents or others who have crossed his path.
Samir Pawel could not bear the idea of being locked up knowing that so many people were on the street going through hardship. He went out every afternoon with his black briefcase full of meals cooked by himself, medicines, a mobile phone that someone had given him and even money. Every day he tried to visit a different area to reach more people. One day he met Mohamed, who was also combating loneliness by sending messages from his outdated phone. Pawel gifted him a more modern one and suddenly the world opened up to him.
Marisa Müller, aghast, watched the news the days following the decree of the state of alarm. Accustomed to attending emergencies in Africa, Asia and the Middle East through Doctors Without Borders and the International Red Cross, she did not want to remain unmoved by the plight of the most vulnerable. She contacted BarcelonActua [a local NGO] to offer her own apartment to four people, who overnight went from living on the street to living in a beautiful apartment in Gràcia, while she moved to her mother’s home.
In a ghostly Barcelona, with hardly anyone walking alone or even accompanied by their pet, the homeless were all too visible. André Guimaraes drove around town in his car on Thursday afternoons, his trunk loaded with large pots and pans. He had managed to engage restaurants in Santa Eulàlia and collaborators from his self-defence fitness centre in Hospitalet de Llobregat. He would stop immediately when he spotted someone on the street and would provide them with a meal right there and then, or more than one if necessary.
Desi Rodriguez, now retired and a member of the Encuentro group of the San Oleguer parish, prepared dinner every evening for the quarantined people in front of the Fort Pienc public library. The group had grown after the state of alarm. A young Latino man had lost his job on a building site, working off the books. Another young man from Romania, who had just broken up with his girlfriend, had decided to return to his country and had kept the unused ticket in his pocket waiting for the borders to re-open. A group of sub-Saharan Africans had moved because they felt safer there. The most experienced of the group, who had also lost his job in construction, spent every afternoon in the entrance to Desi’s flat and, maintaining social distance, picked up a bag with the food that she distributed among her colleagues, who would wait for it eagerly because it had clearly been recently prepared. Every day Desi would surprise them with a different meal.
If something’s happened during quarantine, it’s that the generosity of the people and organisations sensitive to the realities of living on the street has lightened the existence of the most at risk: a glimmer of hope in the face of the tenacious adversity of sleeping rough.
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