20 Nov La deportación a Siria o las calles de Barcelona
Adnan Khaled juega con ahínco al futbol en la Fira, su último refugio, tras vivir 6 meses en las calles de Barcelona con su hijo. Jugar con la pelota junto a algún compañero del albergue a los pies del MNAC le conecta con su infancia cuando vivía en Homs, Siria, cuando aún no imaginaba que acabaría en Europa implorando asilo para poder ofrecer una vida digna a su familia.
Simpatizante de Baaz, el partido político socialista que gobierna en Siria, se lanzó a las calles de Homs durante la primavera árabe para reivindicar los derechos del pueblo. La represión y el conflicto masacró personas y viviendas. Su casa quedó hecha añicos. Enseguida abandonaron Siria para protegerse en Trípoli, Líbano. Su fecha de registro como refugiado en ACNUR se remonta al 24 de agosto de 2011. Poco después soldados del régimen lo detienen en Líbano y lo deportan a Siria para encarcelarlo por la participación en la revolución. Pasa 25 meses en la prisión de Talkalakh, periodo de tiempo que quiere borrar de su memoria. Cuando es liberado en 2013 debe pagar dinero a los soldados para regresar al Líbano. Desde allí solicita ser acogido en algún Programa de Protección Internacional en Europa. Pasados más de 4 años, en febrero de 2018, recibe una respuesta favorable de la Comisión Interministerial de Asilo y Refugio. En marzo de ese año llegan a Barcelona, cuando la sociedad de Barcelona clama en las calles que quiere acoger en manifestaciones con el lema «Volem Acollir» y «Casa nostra casa vostra». Pasan 22 días en un centro de acogida en Manresa, tres semanas cruciales para tomar una decisión: quedarse en el programa o trasladarse a Alemania donde reside la familia de su mujer. Finalmente el vínculo familiar tiene más peso y se van a Hannover, donde solicitan asilo, que es rechazado al cabo de ocho meses. El proceso de apelación tarda unos meses más. La negativa de la misiva viene acompañada de un mensaje rotundo. El lugar de acogida debe ser España, pues es el país de entrada a Europa, de lo contrario serán deportados a Siria.
En febrero de este año Adnan Abu Khaled como así le llaman en su casa, viene a Barcelona con su hijo Gaith de 20 años. El primer lugar al que se dirigen es al centro de acogida en Manresa, pero su petición no puede ser aceptada, deben volver a iniciar los trámites. Acaban durmiendo en la calle sin un lugar determinado. A veces en el centro de Barcelona otras por Poble Nou. La crisis del coronavirus ralentiza toda petición de acogida. En el mes de agosto son derivados al albergue de la Fira, habilitado por el Ayuntamiento de Barcelona como dispositivo de emergencia por la pandemia. A Adnan le duele recordar el calvario que ha vivido a partir de 2011, como los últimos meses en la calle junto a su hijo. «Hemos estado comiendo de las basuras, durmiendo en cualquier sitio hasta llegar aquí». También le duele estar separado de su mujer y dos hijos, que permanecen en Alemania asustados por la posible ejecución de la orden de deportación, aunque con la crisis del coronavirus parece que se ha interrumpido, pero ¿hasta cuándo?
Jugar a futbol en la Fira le da esperanzas. «Cuando corro detrás de la pelota pienso que quizás nuestra situación pueda resolverse». Los días pasan mientras está en vilo a la espera de una reunión con el SAIER, la Oficina de Atención al Inmigrante, Emigrante y Refugiado. Una caída reciente en el último partido le ha provocado una lesión muscular en la muñeca. La pugna por conseguir la pelota va más allá del mero juego. «Éste es mi destino. Esta pelota trae daño y felicidad al mismo tiempo».
Actualización a 30 de Noviembre: la solicitud de asilo de Adnan Khaled y su hijo ha sido aceptada recibiendo la residencia por dos años en Barcelona.
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Este artículo se ha publicado en el Diario Públic el 13/11/2020:
https://www.publico.es/public/viure-l-amenaca-deportacio-siria-subsistir-als-carrers-barcelona.html
The deportation to Syria or the streets of Barcelona
Adnan Khaled eagerly plays football at the Fira, his last refuge, after spending the last six months living on the streets of Barcelona with his son. Playing ball games next to a fellow hostel user at the foot of the MNAC museum brings him back to his childhood when he lived in Homs, Syria; back then, he would never have imagined that he would end up in Europe begging for asylum to offer his family a dignified life.
A supporter of the Ba’ath, the ruling socialist political party in Syria, he takes to the streets of Homs during the Arab Spring to reclaim the rights of the people. Repression and conflict massacre people and homes. His own house is torn to pieces. The family soon leave Syria for Tripoli, Lebanon, to protect themselves. His date of registration as a refugeeat UNHCR dates back to 24 August 2011. Shortly afterwards, regime soldiers arrest him in Lebanon and deport him to Syria to imprison him for participating in the revolution. He spends 25 months in Talkalakh prison, a period of time he wants to erase from his memory.
When he is released in 2013 he is requested to pay money to the soldiers to return to Lebanon. From there he applies to be included in an International Protection Program in Europe. After more than fours years, in February 2018, he receives a favourable response from the Interministerial Commission for Asylum and Refuge. A month later they arrive in Barcelona, when the people of the city cry out in the streets in demonstration, declaring that they want to welcome refugees with the slogans, “We want to welcome”and “Our home is your home”. They spend 22 days in a refugee centre in Manresa. Three crucial weeks to make a decision: stay in the program or move to Germany where his wife’s family resides. Finally the family bond has more weight and they leave for Hanover. They apply for asylum there, which is deniedafter eight months. The appeal process takes a few more months. The letter’s refusal is accompanied by a firm message: the place of asylum must be Spain, as it is the country of entry into Europe, otherwise they will be deported to Syria.
In February 2020, Adnan Abu Khaled, as he was called, arrives in Barcelona with his 20-year-old son Gaith. The first place they go is the refugee centre in Manresa, but as their request cannot be accepted, they are forced to start the procedures again. They end up sleeping on the street in whatever space they can find – sometimes in the city centre, other times in Poble Nou. The coronavirus crisis has slowed down all asylum requests. In August, they are taken to the Fira hostel, set up by Barcelona City Council as an emergency resource during the pandemic. It pains Adnan to remember the ordeal he has lived through since 2011, in particular the last few months on the street with his son. “We’ve been eating out of the trash, sleeping anywhere, until we arrived here.” It also hurts to be separated from his wife and two children, who are still in Germany, fearful of the possible execution of the order of deportation. The coronavirus crisis seems to have interrupted the process, but for how long?
Playing football at the Fira gives him hope. “When I chase the ball I think that maybe our situation can be resolved.” The days go by while he is on hold awaiting a meeting with SAIER, the Care Service for Immigrants, Emigrants and Refugees (SAIER). A recent fall during the last game has caused a muscle injury to his wrist. The struggle to chase the balls is much more than just a game. “This is my destiny. This ball brings me pain and joy at the same time.”
30 November update: the asylum application of Adnan Khaled and his son has been accepted – they will now be entitled to a two-year residency in Barcelona.
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