11 Ago El enjambre de la cocina solidaria

Marlene se ha puesto un guante de plástico que le llega hasta el hombro. Remueve el chocolate en una gran olla que servirá para elaborar 175 brownies. Van para los menús que reparten los volutarios de la Fundació Arrels a la gente confinada en la calle, y para el Chiringuito de Dios, que desde la semana cero, pasó de ser un comedor de ambiente familiar que ofrecía comidas a unos pocos, a ser el lugar de alimento de referencia para un centenar de personas en el Raval, cuando los comedores sociales de la zona habían cerrado tras el decreto de estado de alarma. Esta mañana la acompañan en Casa Leopoldo 4 voluntarias: una azafata de vuelos, una entrenadora de aerobic, una profesora de inglés y una cocinera en Erte. Pese al reducido tamaño de la cocina, cada una de ellas sabe cual es su labor. El ajetreo es constante, pues es lugar de paso hacia las otras cocinas del restaurante, sin embargo hay una sincronización entre ellas, como si de una coreografía se tratase.

Una llamada del chef Romain Fornell, alma máter del grupo Goût Rouge, alertó el mismo 14 de marzo a Rubén Marrero, encargado de la producción de Casa Leopoldo en el Raval: «hay que hacer algo con toda la comida que hay en las neveras o se va a echar a perder». Enseguida la cocinaron, la hicieron llegar a gente del barrio necesitada, bajaron la persiana y cerraron.  Así es como nace la Fundación Comer Contigo. Contactaron con Arrels para ofrecer comida, con el Chiringuito de Dios, el Hospital Clínic, el Hospital del Vall d’Hebron, Sant Pau, Cáritas y otras entidades. La colaboración con La Vanguardia hizo la difusión necesaria, junto al boca a boca entre los vecinos del barrio y las redes sociales, contribuyendo decenas de voluntarios. La urgencia por comer de algunos, sumada a la urgencia de cocinar de Casa Leopoldo y la de sus proveedores porque el género se les estropeaba, hizo que todo encajara al momento. «El perfil de los voluntarios era el que se quedaba sin trabajo por un Erte pero no podía estar en casa y el que ya no tenía trabajo pero quería hacer algo», explica Rubén.  Como algunos voluntarios eran cocineros, fue fácil jerarquizarse para llegar a elaborar en el punto más álgido del confinamiento hasta 900 menús por día. «Hace falta mucha humanidad para haber salido con el virus y venir a ayudar», relata Marlene Meneses que es la responsable de repostería.

Ya en el proceso de desescalada, los restaurantes abren terrazas. Se abren los comedores sociales y los encargos para Casa Leopoldo se reducen. A falta de terraza se readapta, ahora cocina comida para llevar. «Aquello era un enjambre», rememora. «Fuimos gente inquieta que no pudimos quedarnos en casa. Nos curamos el alma, porque veníamos todos con nervios, con situaciones desesperantes, sin cobrar pero teniendo que pagar. Más que voluntariado, para nosotros fue la gran terapia».

Paralelamente, en la otra punta de la ciudad, en La Sagrera, un grupo de vecinos inconformes con los efectos devastadores de la crisis económica del Covid-19 creaban la Xarxa de Suport Mutu de la Sagrera el 1 de Mayo. Testigos del cierre del Banco de Alimentos del barrio y de la oficina de Servicios Sociales, habilitaron un teléfono para familias en apuros. El teléfono sonó. En seguida abrieron un local de recogida de alimentos en la Plaza Masadas y un número de cuenta. La respuesta de los vecinos fue tal, que en cinco semanas han conseguido recaudar  8.900 kilos de comida, que han repartido entre 233 familias, 865 personas, repitiendo repartos periódicamente. «Aquí no hace falta presentar ningún papel como en Servicios Sociales», explica Rosa Batalla, una de las impulsoras y propietaria de Ca la Rosa, una cocina que antes del confinamiento preparaba menús para escuelas y que tras dos meses de cierre, encienden los fogones, esta vez para preparar menús solidarios. «Hemos aprendido a no juzgar por las apariencias». Vienen familias con niños con uno o los dos progenitores en Erte, mujeres de la limpieza, canguros y personal de la hostelería que trabajaba sin contrato. «Algunos recogen el lote rápidamente, les da cierta vergüenza», confiesa.

A raíz de la creación de la Xarxa en La Sagrera, Nutrición sin Fronteras se pone en contacto con Ca la Rosa. «En la fase 0, muchas cocinas han vuelto a su actividad anterior, la gente vuelve al mundo laboral, pero la demanda de menús es cada vez mayor», comenta Carla Molina, responsable de comunicación de esta entidad. «Si en 2019 repartimos 61.000 raciones en todo el año, en 2020 en estos tres meses llevamos repartidas 62.000», revela.

Así Ca la Rosa se ha convertido en otra comunidad que ellos califican como de cocinoterapia. Cuatro o cinco voluntarios a diario se han encargado de preparar 300 menús solidarios que se han destinado a entidades sociales como Médicos del Mundo, Cáritas, Metzineres, Aldeas Infantiles, entre otras. «Han venido los anónimos. Jóvenes desde los 14 años, que ya no saben en qué chat meterse, hasta los 55», comenta Rosa, «puro altruismo. Se ha creado una conciencia de autolimpieza del consumismo».

Para Anna Pousa, una vendedora en Erte ha sido el lugar ideal para tomar cierta distancia. «Estaba encerrada en casa, con los bajones emocionales por el confinamiento, y te das cuenta que hay gente que no tiene ni siquiera para comer». Su hijo Luca Trioni de 12, está creciendo con un espíritu colaborativo. Su experiencia en Ca la Rosa lo ha animado a proponer a la comunidad de su edificio que deberían poner una caja en la portería para recoger alimentos y destinarlos a la Xarxa de Suport Mutu o a los Servicios Sociales del barrio.

 

Cocina principal de Casa Leopoldo, donde dos cocineros y una voluntaria preparan menús para el reparto de la Fundació Arrels a las personas sin hogar por las calles de Barcelona. Foto: Eva Parey. //  Casa Leopoldo’s main kitchen, where two cooks and a volunteer prepare menus for the distribution of Fundació Arrels along the streets of Barcelona for the homeless people.

 

Preparación de brownies en la cocina de repostería de Casa Leopoldo. Foto: Eva Parey. //  Preparation of brownies in Casa Leopoldo’s pastry kitchen.

 

Doble página de la agenda de Rubén Marrero de Casa Leopoldo, con las anotaciones del número de menús a preparar para cada entidad, en los primeros días del confinamiento duro. Foto: Eva Parey. //  Double page of the agenda of Rubén Marrero from Casa Leopoldo, with annotations of the number of menus to be prepared for each entity, in the first days of hard confinement.

 

Varios cocineros voluntarios, la mayoría en Erte, colaboran en la preparación de diferentes platos para los menús solidarios de Casa Leopoldo. Foto: Eva Parey. //  Some volunteer chefs, most of them in Erte, collaborate in the preparation of different dishes for the solidarity menus of Casa Leopoldo.

 

Tal como se decretó el estado de alarma, el Chiringuito de Dios cerró su comedor para ofrecer comida en formato picnic en el Raval. Esta pequeña comunidad acostumbrada a preparar unos pocos menús al día, pasó a repartir hasta 110 durante el confinamiento duro, a causa del cierre de los comedores sociales de la zona. Foto: Eva Parey. //  As the state of alarm was decreed, the Chiringuito de Dios closed its dining room to offer a picnic lunch in the Raval. This small community used to prepare a few menus a day, went on to distribute up to 110 during the harsh confinement, due to the closure of the soup kitchens in the area.

 

Stan y Florica tenían un billete para regresar a Rumanía el 17 de marzo. Atrapados, continuaron viviendo en la calle durante el confinamiento. A diario, voluntarios de Arrels y otras personas solidarias les entregaban comida. Foto: Eva Parey. //  Stan and Florica had a ticket to return to Romania on March 17. Trapped, they continued to live on the street during confinement. On a daily basis, Arrels volunteers and other supporters gave them food.

 

Un voluntario de Arrels deja un menú en el espacio de confinamiento de una persona sin hogar. Foto: Eva Parey. //  An Arrels volunteer leaves a menu in the confinement space of a homeless person.

 

Voluntarios pelan patatas en la trastienda de Ca la Rosa en Sant Andreu. Foto: Eva Parey. // Volunteers peel potatoes in the back room of Ca la Rosa in Sant Andreu.

 

Un grupo de jóvenes entre 11 y 14 años colaboran en Ca la Rosa en la elaboración de menús solidarios. Foto: Eva Parey. //  A group of young people between 11 and 14 years old collaborate in Ca la Rosa in the elaboration of solidarity menus.

 

Luca Trioni de 12 años, colabora en la entrega de 300 menús para ser repartidos a diferentes entidades por Nutrición Sin Fronteras. Foto: Eva Parey. // Luca Trioni, 12, collaborates in the delivery of 300 menus to be distributed to different entities by Nutrition Without Borders.

 

Una agente de salud de Medicos del Mundo reparte un menú solidario distribuido por Nutrición sin Fronteras. Foto: Eva Parey. //  A health agent from Medicos del Mundo delivers a solidarity menu distributed by Nutrición sin Fronteras.

 

Recogida de alimentos en la Plaza Masades de Sant Andreu. Foto: Eva Parey. //  Food collection in the Plaza Masades de Sant Andreu.

 

Dos voluntarias de la Xarxa de Suport Mutu en el barrio de Sant Andreu organizan los alimentos donados por los vecinos para preparar packs para familias y personas en apuros. Foto: Eva Parey. //  Two volunteers from the Xarxa de Suport Mutu in the Sant Andreu neighborhood organize the food donated by the neighbors to prepare packs for families and people in distress.

 

Lote de menús, desayuno, comida y cena, que la parroquia Santa Anna entrega a cada una de las personas que se dirige a buscar comida. Foto: Eva Parey. //  Set of menus, breakfast, lunch and dinner, that the Santa Anna parish delivers to each of the people who go to look for food.

 

La cola para recoger comida en la parroquia Santa Anna se ha duplicado en tres meses tras el decreto de alarma el 14 de marzo. De repartir 130 menús habitualmente han pasado a repartir 250. Foto: Eva Parey. //  The queue to collect food in Santa Anna parish has doubled in three months after the alarm decree on March 14. From usually distributing 130 menus they have gone on to distribute 250.

 

Entrega de lote de menús, desayuno, comida y cena, en la parroquia Santa Anna. Foto: Eva Parey. //  Delivery of menus, breakfast, lunch and dinner, in the Santa Anna parish.

 

Voluntarios de la Comunidad de Sant Egidio han dejado varios lotes de comida al grupo de personas que pasan el confinamiento en la Biblioteca Fort Pienc. Foto: Eva Parey. // Volunteers of the Sant Egidio’s Community have left several picnic dinner to the group of people who pass the confinement in the Library of Fort Pienc.

 

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Soup kitchen crowds

 

Marlene wears a plastic glove up to her shoulder. She stirs the chocolate in a large pot that will be used to make 175 brownies, destined for the food packages that the Arrels Foundation volunteers distribute to quarantined people out on the street, and for the Chiringuito de Dios, which has gone from family-friendly soup kitchen offering meals to a few in week zero to being the food source of reference for a hundred people in the Raval, where the neighbourhood’s soup kitchens had closed after the state of alarm. This morning, she can be seen with four volunteers at Casa Leopoldo: a flight attendant, an aerobics coach, an English teacher and a laid-off cook. Despite the small size of the kitchen, everyone knows exactly what to do. The hustle and bustle is constant, as this is a place of passage towards the restaurant’s other kitchens, but they’re all completely synchronised, like clockwork.

A call from chef Romain Fornell, alma mater of the Goût Rouge group, alerted Rubén Marrero, production manager at Casa Leopoldo in the Raval neighbourhood, on 14 March: «You’ve got to do something with all the food in the refrigerators or it’ll have to be thrown out.» So they cooked it immediately, took it to those in need, lowered their blinds and closed shop. And so the Comer Contigo Foundation was born. They began contacting various organisations to offer their food: Arrels, the Chiringuito de Dios, the Hospital Clínic, the Hospital del Vall d’Hebron, Sant Pau, Cáritas and others. Their collaboration with La Vanguardia took care of the necessary publicity, together with word-of-mouth among neighbourhood residents and social media, bringing in dozens of volunteers. The urgency to eat of some, added to the urgency to cook of Casa Leopoldo and that of its suppliers because their food was going bad, made all the pieces fit together. «The group of volunteers were made up of people laid-off by their bosses but who couldn’t stay at home and those who no longer had a job but wanted to do something to help,» explains Rubén. Since some of the volunteers were kitchen professionals, it was easy to rank up to cook up to 900 meals per day at the height of the quarantine.» It takes a lot of humanity to have stepped outside with the virus and come to help,» says Marlene Meneses, pastry chef.

Now in the de-escalation process, restaurants are opening their terraces. The soup kitchens are open and orders for Casa Leopoldo decrease. In the absence of a terrace, she is repurposing: now she cooks take-away food. «It was a real crowd,» she recalls. «We were restless, we just couldn’t stay at home. We healed our souls, because we were all living desperate, nerve-wracking situations, with no money coming in but with bills to pay. It wasn’t just volunteering for us, it was great therapy.»

Meanwhile, on the other side of the city, in La Sagrera, a group of residents dissatisfied with the devastating effects of the economic crisis caused by COVID-19 created the Xarxa de Suport Mutu de la Sagrera (Sagrera Network for Mutual Support) on 1 May. Witnessing the closure of the neighbourhood Food Bank and the Social Services office, they set up a helpline for families in distress. The phones rang. They immediately opened premises to collect food in Plaza Masades, as well as a bank account number. The response from local residents has been such that in five weeks they have collected 8,900 kilos of food, distributed among 233 families (865 people), renovating deliveries periodically. «With us there’s no need to show any documentation, like you do in Social Services», explains Rosa Batalla, one of the promoters and owner of Ca la Rosa, a kitchen that used to prepare food for schools before the lockdown and that, after two months of closure, is now lighting its stoves once again, this time to prepare food for those who need it the most. «We have learned not to judge by appearances.» Ca la Rosa’s service is being used by families with children where one or both parents have been laid off, cleaning women, babysitters and hospitality staff who were working without a contract. «Some pick up their food package quickly, they’re embarrassed,» she admits.

Following the creation of the network in La Sagrera, Nutrición sin Fronteras (Food Without Borders) reaches out to Ca la Rosa. «In phase 0, many kitchens have returned to their previous activity, people return to work, but the demand for food assistance is increasing,» says Carla Molina, Communications Manager for this organisation. «If in 2019 we distributed 61,000 servings throughout the year, in 2020 in the last three months we have already distributed 62,000,» she reveals.

Thus, Ca la Rosa has become another community described as “kitchen therapy”. Every day, between four and five volunteers have been working to prepare 300 food packages assigned to NGOs such as Médicos del Mundo, Cáritas, Metzineres and Aldeas Infantiles, to name a few. «Those who won’t be identified have come to us. Young people from the age of 14, who don’t even know what messaging app to log onto any more, right up to the age of 55,» says Rosa, «Pure altruism. A self-cleaning sense of consumerism has been created.»

For Anna Pousa, a laid-off saleswoman, it’s become the ideal place to reflect on her situation. «I was locked up at home, emotionally low from the quarantine, and then you realise there are people who don’t even have food to eat.» Her son, Luca Trioni, 12, is already demonstrating a spirit of collaboration. His experience in Ca la Rosa has encouraged him to propose to the community in his building to put a box in the entrance to collect food and donate it to the Xarxa de Suport Mutu or to the neighbourhood Social Services office.

 

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